jueves, 17 de septiembre de 2020

405. Mi esposa es cuando estaba al manicomio.

Hoy es un día especialmente emotivo para mí, por eso de andar celebrando el treinta cumpleaños de mi hijo que, a su vez, anda medio impresionado por eso del cambio de década que le toca. Motivo que me ha llevado a buscar una psiquifoto que fuera especialmente apropiada, desde el punto de vista afectivo, para conmemorarlo. Espero haber dado en el clavo con la propuesta que sigue a continuación, descubriendo con ella un tipo de cordial fotografía de la que no tenía constancia pudiera haberse practicado en una institución psiquiátrica.



En parte por la leyenda negra asociada a la psiquiatría, en parte por ajustarse a cierta realidad impuesta por las circunstancias, muchas veces se ha señalado a la familia como responsable de olvidar a alguno de sus miembros entre los muros del manicomio, difuminando así cualquier tipo de vínculo previo y condenándole al aislamiento y soledad durante décadas hasta su muerte.

Es posible que la incapacidad (afectiva, conductual o económica) para mantener al enfermo en su medio familiar, o simplemente un deseo más o menos consciente de alejarse de él por los motivos que fueran, pudieran explicar el ostracismo sanatorial que se asociaba a la ya de por sí penosa enfermedad. Pero la mayor parte de las veces fueron otras las razones que forzaron el desapego.

Y esto fue así debido a la lejanía donde se realizaban los ingresos. Con un muy reducido número de macroinstituciones manicomiales para todo el país, los ingresos muchas veces debían buscarse a centenares de kilómetros del domicilio habitual de los infortunados pacientes, sus familiares y amigos. Separaciones, en aquellos tiempos cuando las comunicaciones nada tenían que ver con las que disfrutamos hoy, que forzaban inconvenientes y largos desplazamientos si se deseaba realizar una visita, eso en el caso de que estas no fueran totalmente impedidas la mayoría de las veces simplemente por la ausencia de posibilidades económicas.

Pero si nos quedamos solo con ese hecho resultante, con seguridad perdemos de vista otra gran parte de la realidad, probablemente tan importante y frecuente, como tuvo que ser el dolor y angustia que aquellas separaciones forzadas tuvieron que significar, tanto para los pacientes como para sus familias y amigos. De los pacientes nos queda constancia de sus añoranzas por muchas cartas que han llegado hasta nosotros, congeladas en el tiempo en las historias clínicas y archivos hospitalarios, toda vez que no fueron nunca enviadas a sus destinatarios por motivos “clínicos” que no vamos a abordar ahora aquí y de lo que se encontrarán abundantes ejemplos en la bibliografía abajo propuesta. Pero de los sentimientos cotidianos de familiares y amigos sabemos mucho menos.

Por eso me sorprendí y alegré mucho cuando encontré la fotografía que hoy comparto.


La imagen, tomada en el manicomio de Reus como veremos, retrata a una mujer no muy alta, regordeta y de edad más que mediana. Quien, muy seria, en una escena que remeda las imágenes características de los estudios fotográficos de la época, posa con un abanico en la mano derecha y la izquierda apoyada en una inesperada silla para los exteriores en los que se encuentra. Un complemento que seguramente fue allí dispuesto por el fotógrafo autor de la instantánea, quizás remedando un improvisado estudio que aprovechase la oblicua luz de un caluroso atardecer de verano. El porte hierático y poco espontaneo de la retratada nos apunta al formal posado, que quizás se repitiera, esa tarde u otras, por quien sabe qué otros pacientes allí también ingresados.

En cualquier caso, más allá de la circunstancia de su ubicación y lo imprevisible de la misma, en poco más se nos puede significar la imagen. Hasta que damos la vuelta a la fotografía y, en su reverso, diseñado al modo de las tarjetas postales como era costumbre en aquellos años, encontramos una breve anotación, con torpe y poco académica caligrafía, que nos explica: “Mi esposa es cuando estaba al manicomio de Reus”. Y en línea aparte, con lo que parece tinta más oscura quizás sugerente de haber sido añadido en otro momento posterior, se aclara: “Durante la guerra”, como si quisiera explicar el motivo del ingreso en justificadas causas ajenas a la protagonista.


Desconozco si este tipo de fotografías fueron una práctica habitual de la propia institución dirigida a todos los enfermos ingresados, bien de oficio o exclusivamente a aquellos quienes deseasen ser inmortalizados en tan particular entorno previo pago de su importe. Tampoco sabemos si el retrato fue realizado a solicitud del ausente marido, de la propia esposa recluida que quiso así hacerse presente, o simplemente era un servicio añadido de la propia institución. Pero, en cualquier caso, si parece fue una imagen merecedora de ser conservada por el esposo sin la vergüenza de ocultar las circunstancias en que fue tomada, si bien quizás dulcificados los motivos que la motivaron en un intento, tal vez, de conjurar en parte el estigma asociado al ingreso psiquiátrico.

Sea como fuera la historia real que oculta la imagen, para mi no hay duda de que es testimonio inequívoco del dolor y añoranza familiar generada por la separación inherente al ingreso, así como los esfuerzos por mantener en el recuerdo el cariño a los seres queridos y mitigar así el desconsuelo impuesto por la separación. Un aspecto, como decía, que muchas veces no ha sido suficientemente considerado en la reconstrucción histórica de la asistencia psiquiátrica. Así lo atestigua también este otro ejemplo de otra parte del mundo, recorte de una carta que el 20 de junio de 1848 una atribulada esposa, Mildred Washington, dirigía al Dr. Stribling, director del Western Lunatic Asylum en Virginia. En ella mostraba su ansiedad y preocupación por el estado de su esposo allí ingresado, solicitando finalmente un mechón de sus cabellos como consuelo.

"...please let me know immediately his entire situation. Dr. I wish you if you please to send me a piece of my Dear Husband hair as it will be a gratification to me. You can fold it in your letter to me..."

Pero acabemos ya esta entrada, aunque no sin antes dejar en el aire una apelación a la amable colaboración, por si alguien pudiera arrojar algo más de luz acerca de si estas prácticas fotográficas pudieran haber sido parte de algún servicio hospitalario, al menos en aquellos dirigidos a la población pensionista más pudiente económicamente. Seguro que daría para una más que interesante continuación.

Mientras tanto... ¡Feliz cumpleaños!



BIBLIOGRAFÍA.


Pellicanò, C. Raimondi, R. Agrimi, G. Lusetti, V. Gallevi M. Corrispondenza negata. Epistolario della nave dei folli (1883-1974). Pacini Editore. Pisa, 1983


Conseglieri Gámez, Ana. Las letras de la locura: cartas y dibujos de pacientes en el Manicomio de Santa Isabel de Leganés (1939-1952). En Simón Lorda, D. Gómez Rodríguez, C. Cibeira Vázquez, A. Villasante, O. (Eds.). Razón, locura y sociedad. Una mirada a la historia desde el siglo XXI. Colección Estudios 51. Asociación Española Neuropsiquiatría. Madrid, 2013: 355-363. Accesible en https://1drv.ms/b/s!Ar42BtGhsUPjmvxojhnnuQbKaGY8IA?e=WLh3W4


Villasante, Olga; Candela, Ruth; Conseglieri, Ana; Vázquez de la Torre, Paloma; Tierno, Raquel, Huertas, Rafael. Cartas desde el manicomio: Experiencias de internamiento en la Casa de Santa Isabel de Leganés. Editorial Catarata. Madrid, 2018.






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Descargo de responsabilidad: He utilizado las imágenes sin ánimo de lucro, con un objetivo de investigación y estudio, en el marco del principio de uso razonable - sin embargo, estoy dispuesto a retirarlas en caso de cualquier infracción de las leyes de copyright. Disclaimer: I have used the images in a non for profit, scholarly interest, under the fair use principle - however, I am willing to remove them if there is any infringement of copyright laws.

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