La imagen entiendo que se trataba de un buen recuerdo para sus protagonistas, de esos momentos que a todos nos gusta inmortalizar con ocasión de festejos o encuentros que queremos perpetuar en nuestra memoria. En esta ocasión se trata del grupo de Hermanos de San Juan de Dios que ese año acudieron al Capítulo (Junta que hacen los religiosos y clérigos regulares a determinados tiempos, conforme a los estatutos de sus órdenes, para las elecciones de prelados y para otros asuntos) y que tuvo lugar en Carabanchel (Madrid).
En la imagen queda retratada la Comunidad de San Baudilio de Llobregat, precisamente la que tenía a su cargo el gran manicomio que se ubicaba en dicho municipio barcelonés. Podemos pensar que sería probablemente solo una parte de los frailes que mantenían el establecimiento, ya que se entiende con facilidad que no sería muy factible que todos ellos traspasaran las tapias del manicomio a la vez, aun para tan importante encuentro. Son personajes ahora para nosotros anónimos, entre los que podemos observar un número relativamente elevado de jóvenes frailes, posiblemente algunos de ellos novicios recién salidos de la escolanía o “sotanillas”, como así se denominaba hasta finales del siglo pasado a los adolescentes que se preparaban para llegar a ser hermanos de San Juan de Dios. Y entre todos ellos, esta vez claramente identificados con un pequeño numerito adherido sobre la fotografía, diversas personalidades hospitalarias. Como el General de la Orden, que les visitó desde Roma, hasta el Padre Provincial Andrés Ayucar que dirigió la Orden entre 1903 y 1905, o el Prior Bonifacio Murillo que en ese momento dirigía San Baudilio.
Un curioso pequeño documento, que ha caído en mis manos por casualidad, pero que me ha hecho recordar mis años también mozos en otro hospital de la misma Orden. Cuando hablamos de instituciones totales, tal y como las denominó Goffman en 1961, y en especial las instituciones psiquiátricas de tipo manicomial, lo solemos hacer para referirnos a las deletéreas consecuencias que estas conllevan sobre los allí internados. Consecuencias cristalizadas generalmente bajo el concepto de “institucionalismo” y que vienen a ensombrecer el pronóstico evolutivo de la enfermedad, paradójicamente lo contrario de lo que se buscaba con el ingreso, mano a mano de otras situaciones, no tan infrecuentes, de abuso, maltrato y despersonalización. Pero si esto es bien conocido y denunciado desde ya bastante tiempo atrás, se suele pasar por alto esas mismas consecuencias (o similares) que sobre la otra parte de la institución, los cuidadores, pudieran observarse.
Algo que tuvo que ser especialmente preocupante en aquellos años cuyo recuerdo nos viene hoy reflejado en la fotografía, sobre todo si tenemos en cuenta que muchos de los jóvenes reclutados como novicios, sin entrar a considerar sus motivaciones vocacionales que sin duda existieron en muchos de ellos, lo eran entre las clases más desfavorecidas, con un nivel educativo relativamente bajo, posiblemente como manera alternativa para salir de la precariedad económica y a falta de mejores posibilidades profesionales.
De esta forma, y desde una bien temprana juventud se encontraban ellos mismos alejados de la sociedad que se relacionaba espontáneamente al otro lado de las tapias, obligados a convivir durante las 24 horas del día en una imponente institución, rodeados de la ingente población de asilados y sometidos al resto de la congregación, generalmente mucho mayores en edad y por ello muy distantes ya de los afanes e inquietudes juveniles. Y así, poco a poco y sin darse cuenta los años pasarían también para ellos.
Seguramente que hay quien dirá que, simplemente por el diferente lugar que enfermos y cuidadores ocupaban, tal punto de vista y preocupación no tiene sentido o en todo caso nos debiera preocupar de forma muy secundaria. Seguramente tendrá razón quien así piense pero, viendo la foto y la mezcolanza entre sus protagonistas, no deja de inquietarme la posible existencia de otras víctimas ocultas en esos jóvenes confundidos entre sus mayores, ya esclerosados en su hábito institucional.
Dudo mucho que se pueda (se permita) hacer un estudio sociológico serio en una comunidad de estas características, pero mucho me sorprendería si como apuntaba arriba no encontráramos en ella algunos efectos institucionales bastante similares, con sus matices, a los observados en la población asilada.
Mientras tanto, sigamos defendiendo la mayor y mejor profesionalización de todos los estamentos dedicados al cuidado de los enfermos, de igual forma que debemos exigir la mayor transparencia de cualquier tipo de institución frente a la sociedad. Vocación, profesionalidad y responsabilidad pública no pueden estar reñidas entre sí.
BIBLIOGRAFIA.
Gómez Bueno, Juan Ciudad. Historia de la Orden Hospitalaria de S. Juan de Dios. Archivo Interprovincial. Granada 1963.
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