El asunto va de un fotógrafo, Adam Voorhes, a quien envían al Centro de Recursos Animales de Texas a recoger un antiguo cerebro humano conservado en formol, con el objetivo de fotografiarlo para un artículo de una revista.
Impactado por la imagen de la inquietante pieza anatómica, conservada durante décadas con una simple y austera etiqueta identificativa en “arcaico latín” según sus propias palabras, se propuso investigar sobre aquellas personas a quienes pertenecieron las muestras, así como fotografiar la colección completa de especímenes con el fin de preservarla para el futuro.
Hasta ahí, podríamos pensar que no había nada especialmente noticiable, mientras el proyecto se llevara con el debido respeto al origen de las muestras y las garantías histórico-científicas que el asunto requería.
Pero lo gordo vino poco después, cuando con la ayuda del periodista Alex Hannaford, descubrieron no solo la historia sobre el origen de la colección, más de 100 preparaciones provenientes de antiguos pacientes en el Hospital Psiquiátrico Estatal de Texas, sino que allí faltaban casi la mitad de los frascos originales.
Y ahí es donde se vio la noticia que puso sobre aviso al propio New York Times que aclaraba que las piezas, recibidas en depósito por la Universidad de Texas, habían sido desechadas, siguiendo los protocolos para los restos biológicos, por los encargados de seguridad y salud ambiental de la Universidad. A partir de ahí, la polémica estaba servida, con dudas acerca de la completa veracidad de la historia y si por ejemplo la explicación no pasaría también por la simple distracción de los ejemplares con fines económicos tales como la venta el pasado año en eBay de antiguos cerebros a 100 $ la pieza.
Hasta aquí la historia, que medio acaba con la reciente publicación este pasado mes de un cuidadosamente editado libro, con el inquietante o sugerente (todo dependerá de la perspectiva desde la que nos acerquemos a él) resultado del trabajo fotográfico y documental realizado, arropado por el pequeño escándalo mediático que amplifica su difusión.
Creo que a mí, aunque tampoco puedo hablar de disfrute estético en su visión, la parte inquietante no me afecta mucho (seguramente por deformación profesional). Pero sí me parece sugerente, más allá del recuerdo debido a los desafortunados enfermos de quienes se extrajeron las muestras con fines académicos, la propuesta que sus páginas nos hacen frente a la importancia y necesidad de preservar cualquier tipo de espécimen médico con valor histórico que nos ayude a entender, no solo el devenir de la profesión, sino lo relativo y fugaz de muchas de sus verdades y espejismos. Algo que las propias instituciones médicas, académicas y sociales a veces olvidan, seguramente empeñadas en su propio espejismo existencial.
Y sobre la idea de la publicación editorial de tan inesperada colección fotográfica, ya tenemos algún otro ejemplo psiquifotero como aquel de las coloridas urnas funerarias de la entrada 160.
BIBLIOGRAFIA.
Adam Voorhes, Alex Hannaford. Malformed: Forgotten Brains of the Texas State Mental Hospital. PowerHouse Books, 2014.
Alex Hannaford. The Mysterious Vanishing Brains. The Atlantic. 2 diciembre 2014. Accesible en: http://www.theatlantic.com/health/archive/2014/12/the-mysterious-vanishing-brains/382869/?single_page=true.
Tamar Lewin. University of Texas Says It Can Account for Missing Brain Specimens.The New York Times. 3 diciembre 2014. Accesible en: http://www.nytimes.com/2014/12/04/us/university-texas-austin-brains-missing.html?rref=us
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