Si en la entrada anterior deteníamos nuestra particular máquina del tiempo en 1908, hoy seguiremos hacia atrás unos pocos años más hasta 1903, cuando tenemos noticia gráfica de otro carnaval celebrado en el Hospital de Locos de Lungara, céntricamente situado en la vía de ese nombre en el Trastévere romano.
Manicomio de S. Maria della Pietá, en la Vía Lungara de Roma.
Las imágenes que seguirán a continuación fueron publicadas a página entera en forma de mosaico encuadrado con motivos geométricos y artísticos bellamente dibujados, siendo explicadas más adelante por un breve relato de lo allí fotografiado.
Del texto, independientemente de su valor testimonial a nuestros ojos acerca de la celebración carnavalesca o de su defensa para la época de estrategias de tratamiento más amables con el enfermo mental, merece la pena señalar las curiosas disquisiciones de "S.", su firmante, en torno a la aparente sinceridad de los disfraces adoptados por los enajenados. Según su opinión, parecería que estos últimos elegirían sus máscaras de manera acorde a sus propias convicciones delirantes, sin ninguna necesidad de ocultar a los demás su autopercibida identidad, de la manera que el resto de la población elegiría para sí en esas fechas. Un interesante juego conceptual a tener en cuenta para repensar un poco.
Pero dejemos que sea él mismo quien nos de su opinión acerca del tema:
EL CARNAVAL EN EL HOSPITAL DE LOCOS DE LUNGARA.
¡El Carnaval en un hospital de locos! ¿Verdad que parece esto un contrasentido? Y sin embargo, debiera parecer lo más lógico y natural del mundo; porque al fin y al cabo, ¿qué es el Carnaval? ¿No hemos convenido en definirlo como el reinado efímero de la locura? Pues ¿dónde puede éste ejercer mejor su imperio que entre los locos?
El conde de la Borrachera, loco alcohólico, presidente de la fiesta.
Durante los días de Carnestolendas, los que están ó se supone que están en posesión de su juicio hacen cuanto pueden para que por locos los tomen quienes miran desapasionadamente sus extravagancias. Siendo esto así y resultando además anormal y para muchos inexplicable que hagan el loco los que por cuerdos pasan, ¿por qué ha de parecer extraño que los locos de veras sigan siéndolo en aquellos días, sin más diferencia que manifestar su locura en forma distinta que en el resto del año?
La manía de las grandezas.
Pero aun medía otra razón en favor del proceder lógico de estos desdichados, una circunstancia que, bien analizada, demuestra que su perturbada razón funciona de una manera más consecuente, dentro de su desviación morbosa, que la de los que están en pleno uso de sus facultades mentales. Estos, cuando de disfrazarse tratan, buscan en muchos casos lo que más contrario es á su naturaleza, condición ó carácter: el varón gusta de adornarse con femeniles atavíos; la mujer goza vistiéndose de hombre; el pobre luce ufano el vistoso traje de señor que alquiló por unas pocas pesetas, y el rico se complace en envolverse en los más humildes andrajos. Los locos, en cambio, proceden á buen seguro más razonadamente, aunque la palabra resulte paradógica. Entre las fotografías que publicamos en la página 187, hay una que por sí sola es la mejor demostración de este aserto: nos referimos á la que lleva por título “La manía de las grandezas”. ¿Qué ha hecho esa infeliz enajenada para disfrazarse? Sencillamente vestirse con más ó menos propiedad, pero de una manera evidente, de gran señora; no ha querido, por consiguiente, engañar al mundo acerca de su condición, sino, por el contrario, ostentarse tal como es, mejor dicho, tal como le dice que es su imaginación trastornada.
Tipos de locas.
A ningún loco melancólico se le ocurrirá de fijo disfrazarse de payaso, ni á ningún miedoso de guerrero, ni de magnate al que padece la manía de la miseria.
Locas contemplando como otras locas se divierten.
¿Por qué, pues, considerar como un contrasentido el Carnaval en una casa de locos? ¿Querríase, acaso, que procediendo como los cuerdos, hicieran el cuerdo para celebrar la fiesta carnavalesca?
Baile de máscaras al aire libre.
Dígase que el espectáculo resulta triste y consentiremos en ello, ya que la idea del manicomio no es la que mejor armoniza con la algazara y el bullicio propios de las Carnestolendas; pero esta tristeza existe siempre tratándose de esta clase de asilos, y quién sabe si aún nos impresionaría más hondamente la contemplación de esos mismos locos si los viéramos en su vida ordinaria, despojados de esos trapos que, distrayéndoles momentáneamente de sus obsesiones, proporcionando un desahogo á su alterado sistema nervioso, poniendo en actividad por modo distinto del usual su cerebro, hacen desaparecer de sus semblantes esa expresión fatal que es el estigma con que la insania marca el rostro de sus víctimas. Y la prueba la tenemos en otra de las fotografías que reproducimos. ¿Acaso no nos inspiran tanta ó mayor lástima que las locas disfrazadas esas otras que separadas de ellas por una verja contemplan cómo sus compañeras se divierten? El mismo loco alcohólico á quien se ha proclamado presidente de la fiesta con el pomposo título de “Conde de la Borrachera” ¿no excitaría más nuestra conmiseración si en vez de ofrecerse á nuestros ojos animado por la excitación fugaz del instante en que le sorprendió la máquina fotográfica, lo viéramos sumido en el embrutecimiento que suele ser propio de su estado ó en uno de esos accesos de delirium tremens en que se agita su intoxicado organismo? Prescindamos, pues, de filosóficas sensiblerías al considerar la fiesta celebrada en el hospital de locos de Lungara, y veamos en ella únicamente un medio de distraer, de proporcionar una dosis de felicidad á esos pobres seres que han perdido la razón, una manifestación muy digna de tenerse en cuenta de los progresos realizados por la frenopatología, que ha despojado al manicomio del carácter de cárcel que tenía antes y que, tratando al loco como enfermo, ha substituido el antiguo sistema curativo, que tan gráficamente sintetizaba el antiguo refrán español “el loco por la pena es cuerdo”, con el moderno tratamiento que tan admirablemente expresa la frase de Guislain: “Hacer bien, mucho bien, al enajenado: he aquí el capítulo más importante del Códex del médico frenópata”. - S.
Baile de máscaras al aire libre.
Ahora, antes de despedirnos hasta la próxima, viene aquí a cuento rescatar otra imagen que casualmente aparecía en la misma revista argentina de la que nos ocupábamos en la entrada anterior, pero que nada tiene que ver con el artículo que reseñábamos entonces. Se trata de la fotografía y descripción de unos de los disfraces carnavalescos que por aquellas fechas parece estaban de moda al menos en Argentina (recordemos con un alto número de emigrantes italianos y que para aquellos años ya estaban llegando allí a espuertas).
A los disfraces descritos en la publicación (Pierrot, Bailarina, Tenorio, Mariposa, Veterano o Diablo), precede el de “Il Conte”, precisamente el de un “remojado” conde, que si bien no podemos pensar estuviera directamente inspirado en el “Conde de la Borrachera” que hoy hemos conocido entre las psiquifotos de más arriba, resulta sin duda un disfraz muy adecuado para alterar no sólo el aspecto externo de quien lo elija, sino también sus conductas.
BIBLIOGRAFIA.
S. El Carnaval en el hospital de locos de Lungara. La ilustración artística. 16 marzo 1903. P. 187 y 190.
El carnaval en un manicomio. Caras y Caretas. 29 febrero 1908. p. 16.
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