Estamos de suerte. No sabía como dar entrada a una serie de libros que dormitaban en mi biblioteca, hasta que una inesperada ayuda ha venido a rescatarlos.
Son varios, procedentes de los más diversos países, que nos descubren, generalmente sin ambigüedades, la terrible realidad que muchos enfermos mentales han de soportar a cambio de su “tratamiento”. Sin embargo, el principal común denominador de estos libros no es el componente documental o de denuncia (que también lo tienen), del estilo que vimos en algunas otras publicaciones citadas anteriormente en el blog. En estos, al ojearlos, destaca a primera vista el que las fotografías están tomadas además con una perspectiva estética y técnica plenamente artística.
Irantzu González Llona es una MIR (médico interno residente) de primer año, que recientemente se ha incorporado al hospital en el que trabajo. Junto a su interés por la psiquiatría, cultiva además toda otra serie de inquietudes humanísticas, lo que facilitó su interés por las psiquifotos cuando por primera vez le hable de ellas. Si además tenemos en cuenta que disfruta escribiendo, actividad por la que ya ha merecido algún galardón, será fácil entender que no paré hasta conseguir su compromiso para glosar alguno que otro de aquellos libros que yo no sabía como encarar. No fue difícil lograrlo:
El día 3 de mayo de 1952, Río de Janeiro vio nacer a Claudio Edinger.
Aunque se graduó para ello, no llegó a ejercer la profesión de economista. A comienzos de los 70 optó por la fotografía, llevando a cabo su primera exposición individual en 1975. Al año siguiente se trasladó a Nueva York, donde permanecería hasta 1996 antes de terminar asentado en São Paulo.
En 1989, al ya ampliamente galardonado fotógrafo le dieron permiso para fotografiar el interior de Juqueri, el mayor hospital de salud mental en América Latina, y ubicado en Sao Paulo. Viviendo en el asilo durante varias semanas, Edinger realizó rondas diarias en las que fotografió a los pacientes. El resultado son imágenes perturbadoras que lograron alzar varias preguntas sobre la naturaleza de la locura.
En su introducción conmovedora, Edinger relata cómo en un viaje a casa en 1984, encontró a su abuela, una vez carismática, en la cama afectada de Alzheimer, usando pañales y bebiendo de un biberón, incapaz de reconocer a su nieto favorito. En ese momento, comenzó a fotografiarla en un intento de hacer frente a la situación. Fue algo que más tarde le empujaría a sumergirse en la odisea de Juqueri.
“Mi objetivo es entender la locura” dijo Edinger. También espera que despierte a la gente a la realidad del sufrimiento mental, y tal vez reformar el desprecio de la sociedad hacia los debilitados por ella.
Las fotografías en negro y blanco, hechas con una cámara de formato medio y una luz estroboscópica, tienen un sentido teatral inquietante. Parecen ser dolorosos recordatorios de nuestro miedo a la enfermedad mental.
Algunas parecen tener el objetivo de retratar el lado más “animal” de los enfermos. Desnudos, agazapados en posturas extrañas o tirados en el suelo, me recuerdan a los habitantes de las jaulas de los parques naturales. Algunos huyen de sus depredadores que en general les miran desde el otro lado de los barrotes, y otros simplemente esperan sobrevivir un día más. Puede que esta idea me viniera porque más de una vez he leído y oído que la locura termina siendo una vuelta a lo primitivo, a lo animal.
Por una parte, es cierto que algunas patologías mentales confluyen en la incapacidad de la persona para cuidar de sí misma de forma razonable y elaborada. Como consecuencia de ello algunos enfermos pueden dar un aspecto impulsivo, ausente, salvaje… “animal”… pero todo esto, lejos de ser definitorio de la enfermedad mental, en mi opinión refleja más bien la sociedad en la que estos enfermos se han desenvuelto.
Me atrevo a imaginar que quizá hoy no encontraríamos estas imágenes…
"Para mí, cada persona lleva una gran novela dentro a la espera de ser desplegada" dijo Edinger “y creo que lo que más falta al loco es amor y atención. Es difícil amar a los locos. Sabemos tan poco acerca de su enfermedad y acerca de ellos… Tenemos miedo de la enfermedad mental y tendemos a equiparar la locura con la muerte."
BIBLIOGRAFIA.
Edinger, C. Loucura/Madness. Dorea Books and Art. Sao Paulo, 1998.
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Descargo de responsabilidad: He utilizado las imágenes sin ánimo de lucro, con un objetivo de investigación y estudio, en el marco del principio de uso razonable - sin embargo, estoy dispuesto a retirarlas en caso de cualquier infracción de las leyes de copyright.Disclaimer: I have used the images in a non for profit, scholarly interest, under the fair use principle - however, I am willing to remove them if there is any infringement of copyright laws.
8 comentarios:
no te quepa duda de que el encierro en un psiquiátrico a manos de personas que procuran mantener distancia prudencial respecto de tu dolor, de tu pesar, lleva a la locura y no a la inversa. te denigran te niegan la palabra, te niegan afecto, te deniegan su comprensión o tu versión de los hechos, si pueden te atan a tu cama, si pueden te manipulan e incluso te retuercen la cara, insisten en ponerte pañales, en darte de comer en la boca, infantilizarte, devolverte a un estado animal...
Magnífica entrada y texto. Que suerte encontrar colaboradores así!!. Enhorabuena a Oscar y a Irantzu. Larga vida al blog.
Viendo estas fotografías, leyendo la glosa del libro, me ha venido a la cabeza mis primeras impresiones al comenzar a trabajar en el hospital psiquiátrico de Alicante, era el año 1984. Yo acababa de terminar mi residencia para especializarme como farmacéutico de hospital en el Hospital General de Alicante.
Al entrar en el psiquiátrico, el olor a heces impregnaba el ambiente, había pacientes desnudos, algunos masturbándose, otros tumbados en el suelo, la mayoría balanceándose rítmicamente de una pierna a otra, o deambulando en círculos sin sentido. Muchos se encontraban hacinados en salas enormes, al fondo de las cuales había una la televisión entre rejas, a todo volumen que nadie escuchaba, que nadie miraba. Las salas tenían ventanas también enrejadas, y el personal que se suponía que cuidaba de los pacientes, se concentraba en “controles”, habitaciones cerradas y amuebladas a modo de salas de estar, pero con ventanitas de vigilancia, parapetados como si de fieras inmundas se tratara.
Las crisis epilépticas eran frecuentes, los distonías agudas más aun. Los medicamentos se repartían como si de pienso para animales se tratara, desde botes a granel en cantidades no medidas, reconocidos “de visu” ya que no tenían etiquetas, los medicamentos líquidos se administraban intercambian pipetas o utilizando la técnica del chorreón, … Los tratamientos eran recordados de memoria, al igual que de memoria se identificaban a los pacientes,… .
En los glúteos de algunos pacientes aún podían observarse las cicatrices de los accesos causados por las inyecciones de suspensiones de azufre coloidal o de aguarrás con las que decían que “calmaban a los pacientes agitados”.
Tiempo después, recogiendo datos para mi trabajo de doctorado, pasé muchas horas observando algunos pacientes con retraso mental, ocupaban por aquel entonces casi la mitad de las camas. Quería saber por qué había tanta variabilidad en el tratamiento de estos pacientes de un centro a otro, así que decidí investigarlo. Durante este tiempo, pasaba tardes enteras, después del trabajo diario, en las salas de los pacientes, tomando notas. Una de esas tardes me sorprendí a mi mismo preguntándole a una enfermera, sor Juanita, ¿hermana, usted cree que son humanos?, tal era lo degradado de su estado, delante nuestra esban entonces un hombre desnudo, agitado pero no violento, moviéndose sin parar, diciendo palabras incomprensibles y con la mirada perdida, no había manera de hacerle entrar en contacto con nosotros, de comunicarnos. Sor Juana me contesto al estilo zen, ¿lo gasearías? me pregunto, añadiendo “solo es un gasto y no produce nada útil”. Buscaba producir en mí una reacción paradójica y lo consiguió. Contesté. “disculpe hermana,” – pero en realidad me refería al sujeto que he descrito antes – . Sor Juana me había hecho sentir que ese sujeto podría haber sido yo con un poco de mala suerte, o alguno de mis hijos, o en definitiva cualquier otro semejante, sentí que ese hombre y yo habías más cosas en común y más importantes que las cosas que nos diferenciaba.
Emilio Pol Yanguas
Enhorabuena Irantzu! Un conmovedor trabajo que devuelve una imagen de la cruda realidad, pero camina hacia el lado más amable y humano de la vida.
Ver esas imágenes es muy duro, pero la locura convierte al ser humano en última miseria. Excelente trabajo fotográfico
Gracias, por el ánimo y las aportaciones.
Respecto al primer comentario, la verdad es que me gustaría saber más de lo que hay detrás de tus palabras para entenderlo bien. De todas formas, siento que existan estas experiencias.
Seguimos trabajando para que nadie se llegue a sentir así durante un ingreso.
Y gracias en especial (con vuestro permiso) a Emilio por compartir su vivencia. Me ha impactado lo que has contado. Ojalá nos hiciéramos preguntas más a menudo. Probablemente nos ayudaría a ver más allá de lo que tenemos delante. A seguir buscando.
Felicidades por la entrada y el nuevo "fichaje".
Cuanta injusticia y deshumanización hay en esas fotos.
En efecto las fotos dicen más de la sociedad que de los enfermos.
César M.
Andaba buscando un squiatra para mí. y llegué a esta página, las fotos muy tristes, pero las palabras son hermosas y muy profundas...han cambiado mi forma de ver a los efermos mentales...son tan humanos como yo, solo que sufren infinitamente más!
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