lunes, 5 de octubre de 2009

88. Locura, manicomio y sociedad a lo largo de seis siglos.

Quiero aprovechar esta entrada para llamar la atención sobre la conmemoración, ni más ni menos, que del 6º Centenario de la fundación del hospital para alienados de Valencia por el Padre Jofré. Una onomástica que tendrá su especial celebración con ocasión de las VIII Jornadas Autonómicas de la Asociación del País Valenciano de Salud Mental (AEN-PV): "Locura, Manicomio y Sociedad a lo Largo de Seis Siglos" (Valencia, 22, 23 y 24 de Octubre de 2009).

No es necesario señalar que los organizadores del evento estarán encantados de recibir al mayor número de asistentes, además de que los contenidos y actividades paralelas bien invitan a ello. No vendrá mal entonces hacer una pequeña reseña sobre el devenir histórico-asistencial durante estos 6 siglos. Para ello contamos con un texto, amablemente cedido por Cándido Polo para la ocasión, que aunque no se corresponde directamente con contenidos “psiquifoteros”, nos servirá para contextualizar alguna otra entrega sobre el tema. En una segunda parte de la entrada, las imágenes fotográficas relacionadas con la historia del manicomio valenciano (¡imprescindibles en este blog!), nos las suministra Carlos Heimann de dos fuentes diferentes: un artículo de Rodríguez Lafora de 1916 y las Memorias de la Diputación Valenciana de 1933.

El pasado 24 de febrero se cumplieron 600 años desde que el padre Juan Gilabert Jofré pronunciara en la Seo de Valencia su célebre sermón de Cuaresma, que es considerado uno de los hitos de donde arranca la historia de la psiquiatría en el mundo occidental. En efecto, aquel clérigo logró conmover a un grupo de ciudadanos hasta comprometerse en la creación de un asilo donde albergar a los alienados para que no fuesen por las calles haciendo daño, ni se les hiciese a ellos. Con esa propuesta, inspirada por la piedad cristiana, se inauguraba un modelo asistencial que durante siglos habría de servir de fundamento para la atención de los enfermos mentales desde el régimen asilar.

La escena del fraile mercedario defendiendo en plena calle a un pobre enajenado del ensañamiento de una turba enardecida, ha sido inmortalizada por Sorolla en un célebre lienzo que contiene toda la representatividad iconográfica de la nobleza de aquella obra fundacional. No en vano, con este gesto se desterraban supersticiones y prejuicios ancestrales, haciendo prevalecer la dignidad de los desvalidos desde la concepción caritativa de la Cristiandad. Así se inició la fundación del Spital dels folls, orats e ignoscents, que es considerado como uno de los primeros asilos para enfermos mentales del mundo occidental y, sin duda, el primero de los manicomios españoles según la mayoría de las fuentes existentes. De entonces para acá, son múltiples las referencias que han venido a consolidar la trascendencia de aquel hito, tanto desde el aura de santidad que lo sostiene, como desde la significación pionera de su propuesta asistencial y benéfica.

Sin embargo, debe reconocerse que buena parte de las versiones conocidas carecen del necesario rigor exigible en cuestiones de ciencia, al estar sostenidas sobre testimonios de cronistas, escribanos y viajeros –clérigos y literatos, en su mayor parte--, ajenos al saber médico y motivados por otros alicientes que sin duda han debido contribuir a la distorsión de la realidad histórica. Así, se superpone la exaltación mítica del gesto del mercedario con la evolución de la asistencia a los dementes, desde antiquísimos documentos y un temprano testimonio del alemán Münzer (1494), hasta la más reciente recopilación del padre Félix Ramajo (1998), pasando por una amplia nómina de eruditos e historiadores locales: Escolano, Orellana, Teixidor, Zapater, barón de Alcahalí, Jiménez Valvidieso, Gazulla, Almela y Vives, Llorente, Aparicio Olmos, Sanchis Guarner, etc. Destacamos entre todos a un entusiasta Lope de Vega, quien, durante su destierro valenciano, debió quedar tan fascinado por la benéfica institución que se esforzó en difundir sus excelencias, no dudando en incluirla entre las fundaciones más pías. Dos de sus obras tienen por escenario esta casa de locos, que alcanzó gran popularidad gracias a la inmediata resonancia que en su tiempo alcanzaba el teatro: El peregrino en su patria y Los locos de Valencia.

Pero esta cadena de autoafirmación concelebrada aún no trascendía los lindes de la pura hagiografía, gracias al aura de gozosa devoción con que comenzó a ser venerada la primitiva Señora de los Inocentes y humilde protectora de aquella santa casa, hasta ser entronizada como Santa María de los Desamparados, patrona de la ciudad y más tarde de toda la región valenciana. Faltaba todavía el reconocimiento del saber especializado y la comunidad científica que legitimara la validez de la empresa asistencial. De ello se encargaría, a finales del siglo XIX -apenas nacida la psiquiatría como ciencia en la misma centuria-, el alienista alemán Ullersperger, genuino representante de aquel romanticismo hispanófilo tan en boga, al otorgar su oportuno respaldo a la institución pionera, celebrando la gesta fundacional y difundiendo su trayectoria benéfica. Reclamaba este autor para Valencia y, por ende, para España, el reconocimiento de "cuna de las disciplinas psicológica y psiquiátrica", cuyos valores morales se habrían demostrado aquí "antes que en ningún otro lugar". Se tejía así un discurso apologético de exaltación jofrista, cada vez más alejado de los hechos, que se retroalimentaba con la leyenda primigenia del Hospital de los Inocentes hasta construir un entramado ideológico lleno de estereotipos etnocentristas que conectaría fácilmente con las generaciones venideras. Así hasta nuestros días, en que la figura recurrente del padre Jofré ha servido para dar nombre a los sucesivos centros hospitalarios encargados de tomar su relevo asistencial --con desigual fortuna, desde luego--, en una clara muestra de instrumentalización de los "mitos de origen" para legitimar situaciones del presente.

Por eso resulta especialmente indicado el abordaje científico del tema desde una perspectiva bien distinta que, lejos de repetir los tópicos conocidos y sin restarles mérito, centre el interés en los dos hechos más destacables que a nuestro modo de ver reúne la experiencia valenciana para el estudio de la historia social de la locura:

1) La novedosa iniciativa asilar que supone la segregación formal de los alienados por medio de instituciones específicas, inaugurando en nuestro país la política excluyente de los individuos desviados del orden público por razón de su conflicto con la normas sociales. Debe destacarse este hecho, en una época que oscilaba entre la superchería de las creencias mágico-supersticiosas y la atribución a los influjos del Maligno, lo que dejaba en manos del clero cualquier intervención arbitral sobre el tema. Sin duda, la rápida expansión por otros lugares de algunas iniciativas semejantes, tanto en España (Barcelona, 1412; Zaragoza, 1424; Sevilla, 1436; Palma de Mallorca, 1456; Toledo, 1486; Valladolid, 1489), como en Europa y el Nuevo Mundo, es la mejor constatación del acierto en conectar con la sensibilidad social del momento y los nuevos valores humanistas. Una época que dejaba atrás el viejo hospicio monástico, para dar paso al modelo laico de hospital civil, más propio de los principios de una nueva clase en ascenso: la burguesía bajomedieval, de creciente protagonismo en la Edad Moderna. Éste es el aspecto que nos interesa destacar de Valencia como adelantada de la Corona de Aragón en el Renacimiento, antes que la cuestión de la primicia cronológica, un debate que se nos antoja estéril y difícil de esclarecer ante las numerosas ciudades que reclaman desde distintos frentes la misma distinción innovadora.

2) La continuidad asistencial que desde entonces se ha venido manteniendo sin interrupción, 600 años de atención a la locura en su entorno hospitalario, en cada uno de los sucesivos centros encargados de su tutela. Así consta en los antiguos testimonios clínicos y valiosos documentos históricos que se conservan, --desde el decreto regio de Martín el Humano hasta la bula pontificia de Benedicto XIII, guardados celosamente hasta hoy--, lo que reviste a la experiencia valenciana de un interés difícil de igualar. No tenemos la menor duda acerca de este hecho singular, que sí es fácilmente constatable y permite la reconstrucción del devenir de los hechos desde la sociología histórica, como un debate sobre los límites de la razón en el curso del tiempo. Porque, si hay un único privilegio que asista al manicomio, en tanto que microcosmos marginal al que se encomienda la custodia de la sinrazón, es el de arbitrar la cordura de las normas y valores sociales que rigen la convivencia humana en cada momento histórico.

La proliferación de investigaciones en las últimas décadas desde esta perspectiva, más impulsada por el rigor científico que por el triunfalismo apologista, nos pone en excelentes condiciones para ensayar el acercamiento descrito en el marco de las teorías asistenciales en debate. Contamos para ello con una revisión actualizada de las fuentes originales y los sucesivos documentos existentes, así como con las aportaciones de la literatura especializada y las publicaciones más recientes de los historiadores y psiquiatras que se han esforzado en reconstruir, siglo a siglo, la evolución de cada uno los hospitales correspondientes y su repercusión sobre los pacientes. Además, resulta obligado huir de los tópicos etnocentristas y autoafirmativos, para lo cual habremos de comparar con rigor crítico la experiencia valenciana con la evolución de otros hospitales españoles en el contexto de las transformaciones experimentadas por la sociedad europea en el periodo que nos compete.

Todo ello puede ser examinado con detalle en la exhibición de los materiales de archivos disponibles, así como las opiniones de los expertos más relevantes en cada una de las épocas. Estamos en condiciones de plasmar en imágenes algunos de los escenarios sobre los cuales ha girado este diálogo entre la razón y la sinrazón, entre el manicomio y la sociedad de cada época. Aunque, lamentablemente, algunos de aquellos hospitales ya son historia y sólo podremos dar cuenta de los vestigios que quedan en la actualidad o su representación iconográfica y documentación existente. Sin embargo, todos ellos permanecen en la memoria colectiva como un testimonio que a menudo se confunde en su itinerario espacio-temporal, lo que hace preciso delimitar su exacta ubicación en cuatro etapas sucesivas: Hospital de los Inocentes (1409-1512), Hospital General (1512-1880), Manicomio de Jesús (1880-1991) y Hospital psiquiátrico de Bétera, desde 1974 hasta la actualidad, en que el protagonismo nosocomial se diluye por la intervención prioritaria en el seno de la comunidad, conforme a las directrices de la OMS en materia de Salud Mental.

Es entonces cuando pierde vigencia el modelo hospitalocéntrico tradicional para girar el eje de la asistencia sobre los nuevos dispositivos preventivos y rehabilitadores que favorecen la reinserción social y la recuperación de sus derechos olvidados tras los muros. De este modo el paciente con anomalías psíquicas recupera su protagonismo individual y colectivo, que muchos aciertan a expresar mediante actitudes de denuncia (prensa, radio, televisión, Internet) o a través de la creatividad que logra transmitir sus vivencias de la enfermedad mental.

Hoy, cuando se cumplen ya seis siglos de aquella gesta fundacional que nos sirve de excusa conmemorativa, es una excelente oportunidad para reflexionar sobre la realidad actual de nuestros pacientes a través de la divulgación de esta historia social de la locura, que, a pesar de su carácter necesariamente marginal, constituye una de las más destacadas aportaciones valencianas a la cultura universal.


Las dos imágenes que siguen son de enfermos del manicomio valenciano que, junto a alguna otra de otros establecimientos, fueron publicadas en España - Semanario de la Vida Nacional el 12 de octubre de 1916 (nº 90: 8-10). Ilustraban un artículo titulado "Los manicomios españoles" de Rodríguez Lafora, que de igual forma que otros a los que ya nos hemos referido al hablar de la "fotografía denuncia", generó una gran polémica posterior a su publicación.



"La supresión de cadenas, esposas y otros brutales medios coercitivos que se impuso en Europa hace ya muchos años, se desconoce aún en los manicomios españoles. Véanse dos fotografías obtenidas por nosotros este verano en el Manicomio Provincial de Valencia, uno de los más gloriosos y quizá de los más limpios que poseemos. En una aparece un joven demente, cubierto con un saco de amplias bocamangas, con los pies descalzos y enlazados por una cadena de recios anillos que sólo le permiten andar a saltitos. En la otra, un viejo tiene un cinturón metálico, del que derivan dos cadenas que inmovilizan sus manos. En ambas fotografías vemos a los típicos guardianes de nuestros mani¬comios, hombres ineducados, sucios, desgarbados y de una jovialidad amable. Los domingos conducen grupos de locos a presenciar la corrida de toros, y dicen que disfrutan mucho del espectáculo(!!!)"

La terrible situación de abuso y desamparo sufrida por los enfermos ya había sido denunciada por Séguin, médico francés afincado en Estados Unidos que, tras visitar durante varias semanas la mayor parte de los manicomios españoles, presentó sus conclusiones en el Primer Certamen Frenopático Español de 1883. De Valencia relata:

"De la sujeción se abusa grandemente. En efecto este manicomio es el primero, en este concepto, y está atrasado en todo un siglo. Las camisolas y los manguitos ordinarios, las manillas, etc., se emplean, y aun hay algo peor. Es un cinto de hierro hecho de dos segmentos unidos mediante un gozne y varando por delante con una nuez y un tornillo; el cinturón tiene 5 centímetros de ancho y 3 milímetros de grueso. A cada lado está atornillado por un clavo remachado, hay un eslabón oval de 5 centímetros de largo que sostiene un brazalete también de hierro como el cinturón (un poco menos ancho) que se abre por dos goznes y se cierra también con un tornillo y tuerca. Los brazaletes dan juego a los brazos (en semiflexión porque las muñecas quedan fijadas en el talle) solamente en un radio de 7 u 8 centímetros. Y para colmo de atrocidad estos aparatos de hierro no están forrados ni cubiertos de manera alguna; el aparato pesa de cuatro a cinco libras. Muchos de estos aparatos estaban aplicados a pacientes de ambos sexos, y había otros colgados en un cuarto almacén. Durante nuestra visita, acercáronse muchos pacientes tendiendo sus manos y rogando lastimeramente que fuesen puestos en libertad. El buen doctor contestaba sonriéndose: si pronto, si mañana. La parte más asombrosa de esta barbaridad, era la satisfacción que al Dr. Company causaban estos hierros y su afirmación de que eran segurísimos. Me enseñó cómo se manejaban y se tomó la molestia de conseguir de la administración, el permiso de entregarme un ejemplar para que me lo llevara como modelo, suponiendo que lo presentaría en América a un círculo agradecido de alienistas".

Ejemplo de inclusión de una fotografía "tipo carnet" en la tarjeta de identificación de los pacientes (ingreso 1908 - licencia 1935). En este caso, en el reverso, se incluyen también las huellas dactilares.

Las siguientes imágenes están tomadas de las Memorias de la Diputación de Valencia en 1933:

Cocina.
Enfermería.
Instalación para baños.
Dormitorio de mujeres.


Pasaron los años, pero las condiciones asistenciales de la institución valenciana no parecen mejoraran con ellos, con escándalos que han salpicado las páginas impresas de los medios de comunicación hasta hace no mucho tiempo (ver entrada 34). Podemos confiar en que la celebración de encuentros como el que hoy anunciamos, servirán para seguir mejorando nuestra práctica clínica y asistencial.




BIBLIOGRAFIA.


Rodríguez Lafora, G. Los manicomios españoles. España. 12 oct. 1916. 90: 8-10.

Polo, C. Crónica del manicomio. Prensa, locura y sociedad. Asociación Española de Neuropsiquiatría. Colección Estudios 22. Madrid, 1999.


Heimann, C. El manicomio de Valencia, 1900-1936. En: Livianos, L. Císcar, C. García, A. Heimann, C. Luengo, M.A. Tropé H. El manicomio de Valencia del siglo XV al XX. Ajuntament de Valencia, 2006: 401-479.







1 comentario:

Iris dijo...

tengo un cepillo, que peina una pluma de color azul celeste, la plume le pide al cepillo que la peine, porque se va a dar la vuelta al mundo para comprobar si así al menos se ve al otro lado del espejo...


sestyl