“Locos y asesinos”, sin ambages ni pudores. Directamente y sin mayores contemplaciones titulaba así Interviú un artículo en 1984, aclarando: “por primera vez entramos en una cárcel-manicomio”. El artículo escrito por Ángeles Cáceres y fotografiado por Paco Elvira encerraba entre sus páginas algo más que el amarillismo y tremendismo que podíamos esperar en una primera impresión.
Leemos: “El psiquiátrico penitenciario de Fontcalent (Alicante), rompe todos los esquemas, no sólo carcelarios, sino incluso sanatoriales, del país. En un clima democrático y antirrepresivo, una comunidad de psicóticos –entre los que hay homicidas, drogadictos, terroristas, atracadores, desviados sexuales, ladrones, etc.-, se enfrenta a una realidad distinta de la que conocían, bajo un régimen en el que son tratados –muchos de ellos por primera vez en su vida- como verdaderos seres humanos. Interviú convivió con ellos durante dos días”.
Hace unos días, el interno, armado con un cristal que logró romper a pesar de ser blindado, retaba a todos a acercarse a él para rebanarles el cuello. Lo reconoce: “Esta vez me he pasado”, dice con los brazos segados a tajos.
A diferencia de lo que suele ser habitual cuando se trata de fotografiar una institución psiquiátrica, en esa ocasión los periodistas tuvieron abiertas las puertas de par en par para que pudieran realizar s trabajo con toda libertad: “que estén el tiempo que quieran y hablen con quien les parezca; pueden fotografiarlo todo; pero que les pregunten antes”.
A partir de ahí, la truculenta descripción de 8 historias de otros tantos penados que, sin embargo y desde la perspectiva actual, no eclipsan la importancia que tiene el artículo como testigo de una época de esperanza e ilusionados cambios asistenciales.
Espíritu impulsor de Fontcalent.
Aquellos dos días pasados en Fontcalent tuvieron que ser una experiencia profunda para la periodista. “Arañamos la corteza dolorida de un conjunto de ruinas humanas –oficialmente locos, jurídicamente delincuentes- que se nos acercaban lastimeros y ansiosos, mendigando ser escuchados. Tratamos de atender al mayor número posible y al final trasladamos a papel couché una docena de tragedias y un puñado de rostros deformados por la locura y la falta de libertad. El resto quedó dentro”.
Ese gusanillo fue el que le llevó a solicitar de nuevo su entrada al hospital penitenciario, esta vez durante “once largos meses” en que también gozó de total libertad, si bien incómoda para algunos funcionarios, para desenvolverse por el interior del recinto. En esta ocasión el fotógrafo fue Jaime Franco Garbí, que realizó su trabajo en tres fases con cortos desplazamientos desde Barcelona.
“Me acerqué tanto que llegué a perder la perspectiva… se convirtió más en una efusión que en una reflexión: no se puede convivir casi un año con unos hombres que sufren sin implicarse en su sufrimiento. No era, por tanto, un testimonio objetivo.”.
Esto llevo a dilatar durante tiempo y tiempo la publicación de lo vivido, acrecentado todo ello además con el deseo de comprobar si en ese tiempo “se realizaba o se abortaba el hermoso proyecto de Comunidad Terapéutica en el que un director y una médico estaban embarcados poniendo en juego su futuro profesional y hasta su integridad física".
Finalmente el libro vio la luz en noviembre de 1991. Habían pasado 5 años, Daniel Ramírez había sido cuestionado y sustituido, mientras Angeles López vio como su campo de acción se restringía. El Sanatorio Psiquiátrico penitenciario de Fontcalent no se consolidó como Comunidad Terapéutica, sino que había derivado en una amarga cárcel manicomio que en esos momentos ostentaba uno de los mayores índices de suicidios y muertes violentas en el mapa penitenciario español.
“Los habitantes del pozo no es otra cosa que la voz de esos hombres: desgarrada, procaz, soez, violenta, desesperada, rebelde… y al mismo tiempo emocionada, cálida, enamorada incluso, a veces tierna: sencillamente humana”. A lo largo de sus páginas se desgranan historias, generalmente duras y escabrosas, y las diferentes percepciones que la autora, posiblemente sobreidentificada con los internos, tiene de los “loquillos”, “Kies” y psicópatas, “destinos”, “funcionarios” y “psicólogos”.
En Mayo de 2005, el capellán de la institución denunciaba en el Juzgado de Guardia que un grupo de funcionarios maltrataba sistemáticamente a los internos, advirtiendo asimismo al juez de ser él mismo coaccionado con amenazas para que abandonase el Centro.
Información. 25 mayo 2005.
Investigado el asunto por el Defensor del Pueblo, finalmente el juez archivó la denuncia por falta de pruebas. Aún así, la precariedad y dudas acerca de la adecuación asistencial subsisten desde entonces.
BIBLIOGRAFIA.
Cáceres, A. Locos y asesinos. Por primera vez entramos en una cárcel manicomio. Interviu. 14-20 marzo 1984. 9 (409): 70-76.
Cáceres Lescarboura, A. Los habitantes del pozo: vida y muerte en una cárcel manicomio. Editorial Aguaclara, Col. Amalgama 3. Alicante, 1991.
Ramírez Garrido, J.D. El sanatorio psiquiátrico penitenciario de Fontcalent: una experiencia institucional. Papeles del psicólogo: revista del Colegio Oficial de Psicólogos, Nº. 22-23, 1985. Accesible aquí.
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