Cuando podíamos pensar que el tipo de situaciones descritas o fotografiadas en entradas anteriores habían perdido actualidad gracias al desarrollo asistencial observado en las últimas décadas en nuestro entorno económico, y que sólo podrían pervivir en países no desarrollados, nos encontramos, en E.E.U.U. y en pleno S. XXI, titulares como: “Para los enfermos mentales, muerte y miseria”, “Aquí, la vida es mugre y caos”, “Enfermos mentales, y encerrados aparte en residencias”.
Sólo para las tres primeras entregas de la serie, que ya habían merecido en 2002 un premio del Washington Monthly, Levy revisó más de 5.000 páginas de informes de diferentes inspecciones administrativas, realizó 200 entrevistas con trabajadores, residentes y familiares, así como unas 40 visitas a las residencias, algunas con más de 300 camas, en donde 946 residentes (326 con menos de 60 años) murieron entre 1995 y 2001. Los artículos reflejan un espantoso cuadro de penosas condiciones de vida y sórdido maltrato. Describe centenares de suicidios y muertes inexplicadas, falsificación de historias clínicas por parte de los trabajadores, prostitución y tráfico de drogas por los residentes en sus habitaciones, equivocaciones en los tratamientos farmacológicos por parte de trabajadores sin formación alguna, miles de dólares gastados en innecesarias intervenciones medico-quirúrgicas cargadas posteriormente al estado, sin ningún tipo de control o supervisión.
Aunque sin duda no son lo más significativo del trabajo, algunas de las entregas de la serie se acompañaron de fotografías de Nicole Bengiveno, fotógrafo de plantilla del periódico. Son las que rescataremos para psiquifotos.
Los ascensores rotos son habituales en los hogares para adultos. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Las noches en los hogares para adultos son muy crudas, con sólo un portero o un cuidador o dos. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
En la sala de televisión, algunos pueden languidecer durante horas sin siquiera mirar la pantalla. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Randolph Maddix, falleció en el baño tras una convulsión, su cuerpo no fue encontrado hasta pasadas varias horas. Los inspectores del Estado habían llamado la atención sobre su necesidad de cuidados adicionales. "No había nadie por la noche para supervisarle" dijo su madre. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Un ventilador y las ventanas abiertas es toda la refrigeración de dos residentes en su habitación. La mayoría de los residentes no pueden pagar los costes cargados por las pensiones por el aire acondicionado. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
George Gitlitz ha pasado una década visitando los hogares de adultos e instando al Estado a mejorar sus condiciones en nombre de la Coalición de Ancianos y Discapacitados Institucionalizados. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Gregory Ridges, fallecido por apuñalamiento de un compañero de habitación reconocido por su hostilidad. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Ann Marie Thomas, fallecida tras quejarse de dolores en el pecho y dificultad para respirar, que un médico y una enfermera diagnosticaron como crisis de ansiedad. Su hermana Josephine Thomas, se quejó a un organismo estatal de vigilancia, en vano. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Lisa Valente, saltó de un séptimo piso de una residencia. Un psiquiatra de un hospital donde había sido tratada le recordó diciendo: "Me gustaría simplemente morir y descansar en paz eternamente". © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Melvin Ryan, saltó de una ventana del séptimo piso de la residencia menos de tres semanas antes de que lo hiciera Lisa Valente. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Los residentes suelen esperar en largas colas, tanto para recibir su medicación o, como en este caso, para un tentempié. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Los residentes pasan la mayor parte del tiempo sin hacer nada. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Una residencia a la que alguien de la administración se refirió como "un nuevo almacén de locos". © Nicole Bengiveno / The New York Times.
No hay nadie para cuidar a esa gente", dijo una antigua trabajadora. © Nicole Bengiveno / The New York Times.
Una llamada de atención sobre el riesgo que corremos con la proliferación descontrolada de pisos, pensiones y residencias para enfermos graves y crónicos sin otros apoyos sociales, precisamente y además en los barrios más precarios de nuestras ciudades.
BIBLIOGRAFIA.
Levy, C. Broken Homes. The New York Times. (Broken homes. A final destination April 28, 2002. Broken homes. Where hopes dies April 29, 2002. Broken homes. The operators April 30, 2002. Mentally Ill Go to Homes Seen as Little Better June 3, 2002. Mentally Ill, and Locked Away in Nursing Homes October 6, 2002. New York Exports Mentally Ill, Shifting Burden to Other States November 17, 2002.) Accesible aquí.
1 comentario:
Desgraciadamente, el peligro de asimilar semejante modelo es ya una realidad... habría que ver un reportaje similar de nuestras residencias de ancianos/enfermos mentales... pero quizá no le darían el Pulitzer.
Gracias por tu trabajo.
Andrés Porcel
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