jueves, 12 de febrero de 2009

42. “¿Cómo se convierte uno en fotógrafo de locos?”

“¿Cómo se convierte uno en fotógrafo de locos?”, le había preguntado. Joaquín, desacostumbrado a oír la voz de los sujetos que fotografiaba, pensó que se trataba del murmullo de su propia conciencia. Ahí, frente a él, sentada sobre el banquillo de los locos, vistiendo un uniforme azul, la mujer que debería haber estado inmóvil y asustada, con los ojos perdidos y una hilerilla de baba cayendo por la comisura de los labios, se comportaba en cambio con la socarronería y altivez de una señorita de alcurnia posando para su primera tarjeta de visita… El fotógrafo pudo haberle respondido lo que siempre se decía a si mismo: la maldita morfina. O lo que nunca se decía a si mismo… En voz muy baja, totalmente inaudible, Joaquín se dijo a si mismo: “Todo fracaso comienza con la luz, con el deseo de atrapar la luz para siempre”. Luego, molesto, reaccionando con la hostilidad habitual, dijo algo en voz alta:
- Mejor dime cómo se convierte uno en una loca.
Por toda respuesta Matilda alzó los hombros y le hizo un guiño con el ojo izquierdo.
-¿De verdad quiere que le cuente?


Eso leemos en las primeras páginas de “Nadie me verá llorar”, de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, de quien ya habíamos citado alguno de sus textos en relación con las fotos de La Castañeda en la entrada anterior. De forma inusual para Psiquifotos, el libro no incorpora ninguna fotografía, pero por otra parte eso suele ser lo habitual cuando hablamos de una novela. Al final de ella, la autora nos avisa que la historia, enmarcada gran parte de ella en La Castañeda, es totalmente ficticia en su trama, si bien Modesta Burgos, la enferma que hablaba mucho y de quien se transcriben algunas de sus cartas a la autoridad competente, si fue real, tanto como su fotografía.

Pero tampoco ese es el motivo de dedicar esta entrada del blog a la obra, sino precisamente los inventados protagonistas de la misma, como si fueran una literaria condensación de todos los que han ido e irán apareciendo en "Imágenes de la psiquiatría". Leemos en la contraportada: “Corre el año 1920 y Joaquín Buitrago, que por azares de su atormentada vida acaba dedicándose a fotografiar a los internos del manicomio mexicano La Castañeda, se topa de pronto, entre las mujeres a las que retrata, con Matilda Burgos. Obsesionado por la identidad de esta enferma, pues cree haberla conocido años atrás en el célebre burdel La Modernidad, trata de recabar información sobre ella. Como Joaquín descubre poco a poco, Matilda, nacida en los campos donde se cultiva la olorosa vainilla, llegó de niña a la capital para caer en manos de un pariente que la utilizó para poner en práctica una singular teoría médico-social. La marea de recuerdos, de la que va surgiendo la turbulenta existencia de Matilda, provoca también en el fotógrafo una reflexión sobre su propia vida y sobre los motivos de su dependencia de los narcóticos. Y tal vez atisben los dos un porvenir que los redima de la derrota moral y psíquica en la que ambos se encuentran. Sea como sea, el viaje al pasado habrá valido la pena”.

Una historia de soledad y melancolía que acaba sin respuestas, si es que las buscábamos:

“-Ya no tengo ganas de hablar, Joaquín –le dice.
- Así es como uno se vuelve loco, ¿no es cierto?
- Tal vez. Cada quien encuentra su modo –concluye”.


Cristina Rivera nació en Matamoros (1964), habiendo vivido entre la República Mexicana y Estados Unidos. Doctora en Historia Latinoamericana, ha sido profesora de varias universidades en ambos países. Es autora de una obra que pertenece a distintos géneros (novela, cuento, poesía, ensayo) y disciplinas (literatura e historia). “Nadie me verá llorar” fue publicada en 1999, ganando el Premio Nacional de Novela, el Premio IMPAC-CONARTE-ITESM 2000 y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2001. en este trabajo confluyen las dos grandes pasiones de la autora, pues la novela recoge el fruto de sus investigaciones sobre el México de comienzos del S. XX y sobre el manicomio La Castañeda.

Decía que el libro no tenía ninguna imagen fotográfica, pero alguna tenía que buscar para animar visualmente la cabecera de la entrada. Así que nada mejor que aprovechar la única fotografía que tengo de las que Kati Horna realizó en 1945 en La Castañeda. Esta fotógrafa, de origen húngaro, consolidó su formación en París. En 1937 recibió la proposición de hacer un álbum para la propaganda exterior del Gobierno republicano, trasladándose con este fin a España. Reportera gráfica en plena guerra civil, colaboró en diversas revistas anarquistas. En una de ellas conoció al pintor español José Horna, con quien se casó volviendo a vivir a París. Con la II Guerra se refugiaron en México, donde ha sido formadora de varias generaciones de fotógrafos y participante del movimiento surrealista de ese país. Dentro de sus trabajos, se reconoce como de importancia la serie que realizó en La Castañeda. Desafortunadamente hasta ahora sólo he encontrado una de esas imágenes, el retrato de la cabecera. Sigo buscando.



BIBLIOGRAFIA.



Rivera Garza, C. Nadie me verá llorar. Ed. Tusquets. México, 1999.



1 comentario:

Marlene Leiva dijo...

Que interesante el artículo... y que ganas de leer el libro. Lo buscaré.