A principios de 1971, el semanario Triunfo, tras una rutilante portada con una señorita en "mini-shorts" que atraía la expectación bobalicona de los viandantes, publicaba la primera de dos entregas tituladas “La asistencia psiquiátrica en España”. En ellas, Guillermo Luis Díaz – Plaja, basándose en lo que denomina encuesta a diferentes profesionales de la psiquiatría y sin precisar mucho más, nos descubre la miserable situación asistencial de la época. Los dos artículos se acompañan de unas pocas fotos de las que no se reconoce autoría explícita.
El esquema expositivo que sigue el autor intenta adherirse al camino que marcaban los mecanismos asistenciales de la época a los ciudadanos afectados por la enfermedad mental, muchos de ellos, nos aclara, sometidos además al despiadado descuido social fruto de la ignorancia y sus prejuicios asociados.
Señalando de partida una más que precaria formación médica en el campo de la psiquiatría, el primer artículo está dedicado al devenir de los enfermos sin recursos, reservando el segundo a aquellos otros con medios económicos suficientes.
El primero de estos dos grupos de enfermos, obviamente mayoritario, iniciaba el tratamiento con el médico de cabecera de la Seguridad Social, quien tras algunas exploraciones complementarias le derivaría al neuropsiquiatra del ambulatorio (recordemos que estos atendían tanto neurología como psiquiatría, en jornadas de 2 horas para cupos masivos). Si las necesidades o gravedad del proceso requerían de otro tipo de intervenciones la responsabilidad asistencial salía de la Seguridad Social (que sólo cubría la asistencia psiquiátrica ambulatoria), para recaer entonces en las Diputaciones. Salvo en las grandes ciudades donde existían Unidades dependientes de las Facultades de Medicina con un muy reducido número de camas para estancias breves, los ingresos psiquiátricos se realizaban en los Hospitales Provinciales o concertados, éstos generalmente dependientes de órdenes religiosas, siendo prácticamente inexistentes otro tipo de estructuras asistenciales intermedias como Hospitales de Día.
En caso de indicarse el ingreso, tampoco era infrecuente que el paciente tuviera que esperar largos períodos de tiempo, muchas veces en plena situación de crisis. El Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica (PANAP), dependiente de la Dirección General de Sanidad, asumía algunas funciones teóricas de coordinación así como contaba con un cierto número de camas que completaban las 42.000 camas psiquiátricas repartidas entre los 160 centros existentes en 1967.
Desde un punto de vista administrativo destacaba la práctica inexistencia de una historia clínica documentada que acompañara el momento del ingreso, así como ser éste un acto jurídico-administrativo oportunamente regulado y en el cual la firma del director médico de la institución equivalía en la práctica a una sentencia de reclusión, con la pérdida consiguiente de diversos derechos.
Tras esta introducción, el autor escribe: “Me gustaría poder transcribir con fidelidad para que además de las escasas fotografías con que se puede contar, el lector de Triunfo pudiese hacerse también una composición de lugar”, “… una experiencia a la vez impresionante y deprimente”. “La sensación de aislamiento no solo la dan los módulos constructivos… sino el conjunto del tratamiento del espacio resultante… que implica una visión del tiempo cíclico, claustral, igualmente cerrado”.
A partir de ahí, la descripción de lo observado nos habla de la terrible situación en la que se encontraban asilados los enfermos mentales y la pésima estructura asistencial: rigurosa separación por sexos, temperaturas cercanas al punto de congelación en invierno, largas hileras de camas sin privacidad alguna ni armarios para enseres personales, paredes desnudas, ocupación mal pagada en las tareas de mantenimiento del hospital para algunos. Además era generalizada la ausencia de alternativas de ocio y cualquier tipo de terapias psicosociales (a excepción de la muchas veces abusiva “laborterapia”), existiendo por otro lado terapéuticas coercitivas incluidas las inyecciones de aguarrás, celdas de aislamiento. “La pura visión… de las condiciones no solo sanitarias de los centros psiquiátricos es un revulsivo crítico que sugiere automáticamente la idea de miseria”. La dotación asistencial era asimismo precaria, con un médico (generalmente a tiempo parcial) para entre 100 a 300 enfermos con una carestía similar en relación al personal auxiliar de muy escasa, si alguna, formación.
Y aún así, las previsiones del II Plan de Desarrollo (1968-1971) consideraba suficientes este nivel de recursos. A partir de ahí, el autor nos señala una pequeña luz al final del túnel y habla de “albores de reforma… focos de inquietud dispersos… más como excepción y como esperanza”, dando algunos nombres propios de profesionales reformadores y citando alguna experiencia institucional concreta que nacía con aires alternativos.
Quien esté interesado en profundizar en el ambiente asistencial, científico e intelectual de la época, puede consultar esta selección de artículos de Triunfo (1962-1982) que realicé, para otro lugar, con aquellos cuyos contenidos estuvieran relacionados con la psiquiatría y campos afines.
La segunda parte del informe, publicado 2 semanas después, está dedicado principalmente a la asistencia psiquiátrica en el ámbito privado, así como a lo que llama “psiquiatría de consumo” en referencia a la nuevas modas psicológicas y psicoanalíticas que en oleadas llegaban a nuestras librerías, cines o teatros desde el mundo occidental más desarrollado. Califica la práctica privada como de ideología conservadora (de manera coherente al contexto social que la reclamaba y hacia posible) cuyas soluciones psicoterápicas tendían a restablecer el orden moral y social a cauces del “statu quo”. Comparadas con los recursos públicos, las clínicas privadas ofrecían “ambiente acogedor, privacidad, confort técnico, sanitario y alimenticio, así como atención y cuidados… Una cuestión de estrellas, como en la hostelería”. Del nivel científico-médico de la asistencia intramuros poco más se dice, aunque las diferentes corrientes y escuelas, así como una naciente psicología clínica (que venía a completar las mucho más desarrolladas ramas industriales y pedagógicas), poco a poco se abrían camino en algunos consultorios privados.
Cerraba el trabajo aseverando “la gravedad de los métodos represivos está en una relación dialéctica entre la concepción ética de la condición humana como ser libre, social, y la consecuente aplicación racional de principios científicos… Se va hacia comunidades psiquiátricas en el que los roles médico-enfermo son mucho menos simples, menos paternalistas, y hay una cooperación de grupo y abierta a la sociedad”.
No puedo terminar esta entrada sin hacer referencia a otro trabajo que Angel Mª de Lera realizó sobre las mismas fechas para la revista Tribuna Médica. El amplio reportaje, publicado por entregas entre 1971 y 1972, describía las visitas realizadas a 19 hospitales psiquiátricos a todo lo largo y ancho de la geografía española. De obligada lectura para todo aquel interesado en el ambiente asistencial existente en los años previos a la reforma, la colección de articulitos fue posteriormente publicada en forma de libro. Esta edición carece de cualquier tipo de fotografía entre sus páginas, desconociendo por mi parte si las entregas originales de Tribuna Médica incluían alguna. Agradecería enormemente si un eventual lector conserva alguno de esos números (entre 1971 y 72) y me puede confirmar o no la existencia de imágenes que me preocuparía entonces de localizar para una futura entrada de psiquifotos.
BIBLIOGRAFIA.
Díaz-Plaja, G.L. La asistencia psiquiátrica en España (I). Triunfo, 13 febrero 1971. 454: 11-15. Accesible aquí.
Díaz-Plaja, G.L. La asistencia psiquiátrica en España (y II): Institución, represión, contradicción. Triunfo, 20 febrero 1971. 455: 34-37. Accesible aquí.
De Lera, A.M. Mi viaje alrededor de la locura. Ed. Planeta. Barcelona, 1972.
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