Hagamos un pequeño alto en el camino para descansar un poco antes de seguir con las “imágenes denuncia”. Para ello vamos a dirigir una mirada a los verdaderos protagonistas de toda esta historia: los propios pacientes, de los cuales olvidamos con facilidad que tenían una historia personal antes de convertirse en un mero número de Historia Clínica.
Desde Madrid, Manuel González de Chávez, me llama la atención sobre una curiosa y sugerente página web que guardaba yo en la recámara para una ocasión como esta. No sabe, además, que ya antes tomé de él otra idea, la de reproducir las portadas de los libros en las citas bibliográficas de psiquifotos, tal y como él mismo presentó su ilustrado recorrido por la historia de la psicoterapia de la psicosis en el Congreso de la AEN en Bilbao.
Pero vayamos al grano. Cuando el Hospital Psiquiátrico de Willard (New York) cerró en 1995, antiguos trabajadores del hospital junto con un miembro del Museo del Estado de Nueva York “descubrieron”, en un ático abandonado, más de 400 maletas de todo tipo de tamaños y formas, las de las mujeres a la derecha, las de los hombres a la izquierda. Muchas de ellas parecía no haber sido abiertas desde que sus propietarios las empaquetaron décadas antes, cuando ingresaron. Condenadas inexorablemente al olvido, afortunadamente hubo alguien sensible que supo ver tanto su valor histórico como humano. Sin saber todavía qué hacer con ellas, fueron trasladadas a los almacenes del Museo del Estado de Nueva York, apostando por su potencial valor.
Foto © Lisa Rinzler
Fotografía galardonada con el Tercer Premio del concurso "Psiquifoto '09" por votación popular.
Foto © Lisa Rinzler
Foto © Lisa Rinzler
Foto © Lisa Rinzler
Foto © Lisa Rinzler
Enterados de su existencia, Darby Penney (un líder en el movimiento de derechos humanos para personas con trastornos psiquiátricos), Peter Stastny (psiquiatra interesado en la realización de documentales) y Lisa Rinzler (una cineasta que actuó como fotógrafa), se propusieron ir más allá de los meros contenidos materiales de las maletas. Estás y las historias personales de sus propietarios les despertaron la suficiente inquietud como para preguntarse: ¿Quiénes eran estas personas?, ¿Por qué fueron ingresadas?, ¿Por qué pasaron tanto tiempo institucionalizadas?, ¿Cómo fueron tratadas?
Tras varios años de paciente estudio (visitaron casas, tumbas y familiares; estudiaron fotografías, correspondencia e historias clínicas…), finalmente pudieron dar una respuesta a estas preguntas, si no para todas las maletas, sí para varios de sus antiguos propietarios.
El resultado fue una exposición en el Museo del Estado de Nueva York en 2004 que fue visitada por más de 600.00 personas, además de una amplia repercusión social. Le siguió una exposición “portátil”: “The lives they left behind: Suitcases from a State Hospital attic”, que desde 2006 (y aceptando reservas ya para 2010) viaja a lo largo de los Estados Unidos divulgando esas historias personales, a la vez que presenta una visión de las historia de la psiquiatría desde un punto de vista centrado en los propios pacientes.
Finalmente a principio de 2008 se ha publicado un libro que narra en mayor profundidad las historias de 10 casos que ya fueron anteriormente seleccionados para una entretenida página web. Página que, aunque más limitada en texto, incluye en color las fotografías que el libro publica en un más económico blanco y negro.
Conozcamos ahora a alguno de estos personajes:
Mr. Herman, “nº 20884” (1884-1965).
Nacido en Brooklyn, N.Y. Ingresado en 1930. Estancia 35 años.
A los 18 años sufrió una primera crisis epiléptica, tras lo que fue enviado en 1908 a la Colonia Craig para epilépticos. La colonia, en un ambiente rural, fue uno de los primeros intentos para entender y atender a los enfermos con epilepsia. En esa época, la fotografía era una herramienta importante (si bien poco eficaz) en la investigación del padecimiento. Herman, con relativamente muy pocas crisis e interesado en el campo de la fotografía, se buscó un lugar como ayudante en esos menesteres.
Para 1915, estaba trabajando ya como fotógrafo, tanto de pacientes como de la plantilla, sacando de ello jugosos beneficios. Pero en 1930, mostrándose deprimido y poco comunicativo, fue trasladado a Willard aun “no encontrándose razón para ello”, tal y como dejó anotado el médico que le examinó a su llegada. Allí permaneció 35 años hasta su fallecimiento, con su cámara y objetivos olvidados en el ático, seguramente considerados contrarios a las regulaciones hospitalarias.
Foto © Lisa Rinzler
Foto © Lisa Rinzler
Foto © Lisa Rinzler
Mlle. Madeline, “nº22040” (1896-1986).
Nacida en París. Ingresó en 1939. Estancia de 47 años.
De familia acomodada y graduada en la Sorbona. Aficionada a la filosofía, literatura, historia y música, así como amante de los viajes de los que conservó numerosas instantáneas tomadas durante los mismos, ¡incluida alguna muy cercana a nosotros!
Plaza del puerto, Vigo (España).
Vigo (España), 1921.
Desplazada a Estados Unidos trabajó en la embajada francesa hasta que, tras un progresivo deterioro de su carácter, finalmente no pudo mantener su empleo. Tras varios intentos infructuosos de tratamiento ambulatorio, en 1931 ingresa voluntariamente en Bellevue y de allí, tras varios traslados intermedios, en Willard. En 1965 todavía reclamaba el alta, sintiéndose injustamente detenida dado su ingreso voluntario inicial.
Foto © Lisa Rinzler
A lo largo de los años desarrolló una discinesia tardía secundaria a los tratamientos neurolépticos, que fue tratada con “terapia postural” para intentar atajar sus muecas. A los 79 años fue enviada a una residencia, falleciendo a los 90 años.
Circa 1960.
Mr. Lawrence, “nº 14956” (1878-1968).
Nacido en Austria. Ingresado en 1918. Estancia 50 años.
Tras servir en la Armada austriaca, se ocupó como hojalatero ambulante. En 1900 sabemos que bebía mucho, recibió una pedrada en la cabeza e ingresó ruidosamente en Alemania.
En 1907 emigró a Nueva York, ocupándose en tareas de limpieza en el Hospital Bellevue. Irónicamente, será aquí donde años después tendrá que ingresar también ruidosamente, en un estado paranoide y exaltación maniforme.
¡Un par de zapatos de cuero de hombre, dos tazas y dos brochas de afeitar y un par de tirantes! Foto © Lisa Rinzler
En 1918 es trasladado a Willard, adaptándose progresivamente y realizando diferentes tareas. Desde 1937 se ocupó como enterrador del hospital, llegando a vivir en una chabola en el mismo cementerio durante los meses de buen tiempo. Para 1945 decía haber cavado a mano unas 600 tumbas en 8 años, apoyándose en ello para solicitar su alta. Siguió cavando tumbas, hasta poco antes de que alguien cavara la suya cuando ya había cumplido 90 años.
Y así hasta 10 sorprendentes historias que nos descubren toda la humanidad, inquietudes e ilusiones fallidas de otras tantas personas. Vivieron décadas entre las paredes del hospital, sin acceso a sus magros recuerdos y escasas posesiones materiales “almacenadas” en el ático, el “cuarto de los trastos”.
Más allá de este aspecto humano del relato, quiero destacar la rapidez de reflejos que alguien tuvo para rescatar lo que parecía un montón de bultos inservibles, convirtiéndolos así en parte del patrimonio histórico de una comunidad. Habiendo sido testigo impotente, en mis años mozos, de la destrucción de una parte muy importante del patrimonio mobiliario y documental de uno de nuestros hospitales psiquiátricos tradicionales, no puedo sino envidiar esa actitud respetuosa y preservadora de la historia cotidiana, incluso aunque prefirieras que algunos de sus pasajes no hubieran ocurrido.
Pero para eso nuestras administraciones necesitan una actitud mental más abierta y menos utilitaria, además de dotar suficientemente a aquellas instituciones que están en disposición de cuidar por nosotros el legado histórico. Sino ¡Qué le pregunten, por ejemplo, al Museo Vasco de Historia de la Medicina por las florituras que tiene que hacer para llegar a fin de mes!
BIBLIOGRAFIA
Penney, D. Stastny, P. Rinzler, L. (fotografías). The Lives They Left Behind: Suitcases from a State Hospital Attic. Bellevue Literary Press. New York, 2008.
1 comentario:
Tienes razón... ¡qué envidia frente a esa sensibilidad, que solo ahora parece querer desperatrse en nuestro ámbito!
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